LA CLÍNICA FUERA DE LAS NORMAS
Desde marzo 2004 hasta octubre 2009, participé como directora técnica del equipo de profesionales, en la gestión del Centro de Educación e Internamiento por Medida Judicial, del Gobierno de Aragón (España). Atendía anualmente a unos 115-120 jóvenes con medidas de internamiento cerrado, semiabierto, abierto, internamiento terapéutico y de fin de semana. Su capacidad es de 69 plazas, las edades entre los 14 y los 21 años. De aquella experiencia escribí varios artículos: Le petite Girafe nº 26 “Créer un espace d´hospitalité”, Freudiana nº 55 “Una investigación en curso. Desinserción e inserción de jóvenes en conflicto social”. También presenté comunicaciones en los Sábados de Orientación Lacaniana de la Cd Catalunya-ELP, y en Pipol 3.
Un grupo de profesionales, orientados por el psicoanálisis, pusimos al trabajo nuestro compromiso con la “acción lacaniana”, creando espacios de vida humanizados, inventando posibilidades de lazo social en un contexto institucional de exclusión. Citando a Bauman diremos que “las cárceles, igual que otras tantas instituciones sociales, han pasado del reciclaje, a la destrucción de residuos”[1].
Este lugar de encierro al que llegan los jóvenes y adolescentes por su despliegue violento, o porque hay la buena intención protectora del juez, era el único en España en que se podían encontrar con un equipo orientado por el psicoanálisis.
Aunque el ingreso siempre es ordenado por los juzgados, el equipo educativo y técnico tiene la responsabilidad de todas las intervenciones durante el internamiento. À demás puede orientar e influir en la decisión sobre el momento de la salida y la derivación a otros recursos.
No admitir el “hay peligro luego es necesaria la total seguridad”, resquebrajó el modo de vivir entre muros. Los técnicos iban a hablar con los jóvenes a todas horas: los clínicos, el trabajador social, la enfermera, los visitaban en cada una de las secciones, o los jóvenes se trasladaban a sus despachos. El trasiego comenzó en un lugar en el que antes había una quietud mortificante. A los pocos meses nos visitó una banda de música. Al año comenzaron las clases de percusión , trompeta, guitarra, pero también artes escénicas, escultura y pintura. También se creó un Equipo de Fútbol Sala. En aquellos años sólo una vez salimos en la prensa y fue para elogiar que este equipo quedara en el primer puesto en “Deportividad”. Además se rebajaron un 70% los llamados expedientes disciplinarios.
Un lugar un poco extravagante para el psicoanalista pero al modo pragmático, como ha proclamado J.A. Miller[2]. Pragmática del saber-hacer-con que no es una terapéutica, sino un lugar en el que por la operación del analista, “el parloteo se revele como conteniendo un tesoro, el tesoro de un sentido otro que valga como respuesta, es decir como saber llamado inconsciente”[3].
Para algunos de los jóvenes, los muros de la institución han permitido parar una pendiente hacia lo peor, contra el otro o contra sí mismo, si tenemos en cuenta que en muchas ocasiones se trata de atacar el desecho con que el sujeto se identifica.
Para otros, que se habían sostenido en unas identificaciones imaginarias frágiles como las nuevas bandas, se trataba de perder unas insignias que aún dando consistencia al cuerpo, dejan fuera lo particular de su goce.
La orientación psicoanalítica de la “práctica a varios” es un facilitador ya que partíamos del no-saber. Mantener el no-saber, asumir la incompletud, permitió que cada interviniente fuera una oportunidad de encuentro terapéutico. Realizábamos mensualmente supervisiones de los casos más difíciles, y el Centro participaba en las Sesiones Clínicas del Seminario del Campo Freudiano de Zaragoza, con docentes del ICF.
Aunque ha pasado tiempo, lo que pude aprender allí que fue mucho, queda.
[1] Z. Bauman “Vidas desperdiciadas. La modernidad y sus parias”. Paidós Estado y Sociedad. Barcelona, 2005. p.114
[2] J.A. Miller “Hacia Pipol 4”, 1 de julio de 2007, Paris.
[3] Idem
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