Con casi nada – Historia de un escupitajo
Después de haber exigido a su madre que no le dejara sólo, Tibou encontrará la forma de quedarse sin ella durante las consultas. Puesto que se prepara un cambio, traslada todo para rehacerse un entorno, pero no de cualquier forma. Primero, se ocupa de intercambiar de lugar las sillas del pasillo. Luego son los teclados y los ratones de los ordenadores que encuentra en los despachos. Los desenchufa y va a conectarlo con otro recreando nuevas parejas que responden a su lógica visual: los negros van con los negros, los blancos con los blancos. Una vez hechas las permutaciones, acepta marcharse. Cosa no siempre fácil. Eso dura unos meses, luego se ocupa de los muebles, sobretodo de los sillones que arrastra de un sitio a otro, encontrando nuevas disposiciones para ellos. Eso varía, se interesa a los cuadros y opera con ellos una misma lógica, esta vez menos aparente, pero la permutación de los sitios al final debe ser equitativo para todos los cuadros que encuentra en la planta del servicio. Soy yo quién tiene que hacer esos traslados siguiendo sus indicaciones imperiosas, a veces silenciosas , otras veces acompañadas de una voz melodiosa: “ ¡Adelante!, ¡Ven!” “¡Mira!”. Goza cuando todo está en el sitio deseado. Sobretodo, se pavonea de verme prestarme dócil a su tratamiento estético fuera de norma. Al cabo de dos años de éste trabajo minucioso, un día, a la vuelta de las vacaciones de verano, le digo: “ Escuche, creo que ahora puede hacer de otra forma ”. Accederá a mi pequeño forcejeo. Entonces elige la cocina y se instala en la mesa con las tostadas y el Nutella para untar. Su operación es delicada. Esta vez, se autoriza por fin a tener manos para servirse. Yo paso a la posición de testigo. Es entonces que aparece la operación vozarrón-escupitajo. Unta todo, construyendo un montoncito de Nutella justo al lado dándole golpecitos. Está contento y es muy ordenado. Poco a poco su montoncito se vuelve el centro de la operación, que produce como una extracción salida del marco de la tostada. Comidas las tostadas, recoge todo y me hace salir con él. En ese preciso momento, se instala en el suelo delante de la puerta cerrada de la cocina, escupe en el suelo y se insulta con un vozarrón: “¡cagada!” “ ¡ Oye!” “¡Eh!”. Yo digo: “¡ Oh ha, ha! ¡Todo lo que sale! Pero sabe para lo que hace cagar, hay un sitio para eso”. Le señalo el retrete. Rechazo. Una vez acabado, va a buscar papel y limpia el suelo al mismo tiempo que se riñe. Me doy cuenta que después, va a escupir creando una línea que va desde el muro pequeño hasta la puerta, hilo que hace unión. Invento mi respuesta en el momento: corto un trozo de papel donde escribo el número 1 y lo pongo al lado del primer escupitajo. Continuo así hasta enumerarlos todos. Eso suspende su tratamiento feroz. Él mira interesado: “ Pues bien, hay 17”. Me levanto y me voy. El coloca los papelitos que no están bien alineados, se levanta y me sigue para irse a su casa. A la vez siguiente, se vuelve a producir. Pero esta vez, borra la línea de los escupitajos y deja que aparezcan, solos, los papelitos enumerados. Ellos contabilizan lo que , de él, había sido depositado ahí, creando un circuito a partir de su cuerpo, interior-exterior. El relevo es cogido por el cifrado escrito, que, él, queda. Veo que se retuerce y le propongo ir al retrete. Esta vez, para mi sorpresa, va. Le digo:” pues bien, ¡eso circula!”. Es así como Tibou, niño autista de nueve años, después de seis años de tratamiento, conquista a su manera tan singular, no la normalidad de la limpieza, sino su manera de aliviarse y separarse de un montón que le molestaba. Con esto, la ferocidad de la voz también desapareció.
Traducción : Soledad Gallego